Neswletter #6 – “Hacer ciencia en el Océano”


“Uno se sube al barco y se acabó. No hay vuelta atrás”.

Ya con la primera definición, Martín Saraceno nos sumerge dentro de las dificultades de una misión tan infrecuente como necesaria: hacer ciencia en el océano.

Lejos de asustarse ante el desafío, este profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador del Conicet lideró un equipo de científicos/as que indagaron, en un fondeo inédito para el país, las características centrales de la Corriente Malvinas. Esta expedición, denominada Proyecto Cassis/Malvinas, contó con el impulso de Ubatec para comprender aún mejor la variabilidad de un torrente marítimo no sólo rico en nutrientes para la actividad pesquera, sino que su transporte de agua contribuye a regular el cambio climático.

10.835 kilómetros

Saraceno ubica el germen de este proyecto -que investiga la corriente que recorre casi todo el Mar Argentino- en el funcionamiento de dos laboratorios: uno es el trabajo del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA) y, por el otro lado, la creación del Instituto Franco-Argentino de Estudios sobre el Clima y sus Impactos (IFAECI).

CIMA, fundado en 1995, es un instituto compartido entre el Conicet y la UBA, cuyas actividades de investigación están focalizadas -principalmente- hacia la variabilidad y cambio climático; predicción del tiempo y el clima; estudio de los procesos físicos en el Atlántico Sur y el Mar Argentino; y estudio de los procesos físicos e interacciones en los distintos sistemas (Atmósfera, Océano y Tierra).

El primer director del CIMA fue Mario Nuñez y es uno de los responsables de la creación del IFAECI. Es que la conexión académica que mantuvo, durante décadas y pese a los 10.835 kilómetros que separan Buenos Aires con París, con dos científicos franceses (Hervé Le Treut y Christine Provost) fue el punto de inicio para configurar un centro franco-argentino de investigación climática. “Dentro de los laboratorios mixtos franceses, el IFAECI es el que tiene máxima categoría, lo que implica, por ejemplo, aplicar y competir por proyectos como si estuviéramos en Francia”, resalta Saraceno.

La expedición no sólo contó con financiamiento desde el país europeo sino que también enviaron equipos de avanzada para las campañas oceanográficas, una infraestructura que aún Argentina no cuenta en su inventario. También arribaron técnicas y técnicos franceses para formar parte de esta investigación única en el país.

Pero el proyecto incluyó otras colaboraciones por fuera del IFAECI: también sumaron esfuerzos, por caso, el Servicio de Hidrografía Naval (SHN) y el Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP).

Con los equipos y el capital humano, solo quedaba un paso: subirse al barco.

¿La oficina? El océano

Mar del Plata y Golfo San Jorge. Hasta esas dos regiones tan dispares de la Costa Atlántica llegó el equipo de científicas/os del Proyecto Cassis/Malvinas, quienes se embarcaron en el buque oceanográfico ARA Puerto Deseado para llevar a cabo su investigación. “Ya sea en Mar del Plata como en el sur patagónico colocamos los instrumentos tanto en la plataforma continental como en el talud”, relata Saraceno. Y añade, con su perfil docente: “Es que en la parte que se hace más profunda la plataforma continental y comienza allí el talud, es donde fluye la Corriente Malvinas”.

En total fueron cuatro expediciones, una por año, entre el 2014 y el 2017. El buque zarpó primero para colocar los instrumentos -que midieron corrientes, salinidad, temperatura y presión, entre otros parámetros- a la costa marplatense. Esos mismos equipos quedaban boyando un año en el mar, para ser retirados en una segunda expedición y repetir ese mismo esquema, pero en el Mar Austral de Chubut. Nunca, en la historia de nuestro país, se hicieron fondeos con mediciones tan extensas.

En este video, Saraceno cuenta aún más los detalles de la campaña marítima.

Ante tamaña investigación, claro está, los contratiempos no quedan ajenos. Saraceno, doctor en oceanografía, menciona un caso, a modo de ejemplo. “En fondeos tan profundos, para que los equipos puedan mantenerse a flote y no se los lleve la corriente, es necesario tener lastre”, relata quien fuera jefe científico de la campaña. Y no es una tarea sencilla encontrar materiales que pesen 2000 kilos. Lo que se consiguieron fueron ruedas de trenes en desuso, que se convirtieron en un contrapeso ideal de las boyas tecnológicas que durante 365 días flotaron en el océano.

La resolución de este obstáculo también engloba otra característica propia de estas cuatro expediciones a más de doscientas millas de la costa argentina: el trabajo en conjunto. Porque fue el Ministerio de Transporte quien facilitó las ruedas que descansan en un depósito de la ciudad mendocina de Palmeiras, mientras que el Ministerio de Ciencia y Tecnología sirvió de enlace para el desarrollo del proyecto Cassis/Malvinas. Esta labor quedó enmarcada en Pampa Azul, una iniciativa ministerial para articular acciones de investigación científica en territorio marítimo. Su misión es una sola: facilitar el conocimiento científico al servicio de la soberanía nacional.

Una corriente que transporte mucho más que agua

“¿Y los resultados?”.

A esa consulta, Saraceno responde con criterio: los estudios que se hicieron fueron tan inéditos en Argentina, que los datos y conclusiones son casi innumerables.

Sin embargo, el docente destaca dos datos que marcaron un antes y un después en las investigaciones oceanográficas de nuestro Mar Austral. “Antes se creía que el agua que transportaba la Corriente Malvinas era uniforme”, relataba sobre los conocimientos previos que se tenía sobre este torrente que deriva de la Corriente Circumpolar Antártica.

“Ahora podemos conocer la variabilidad de la Corriente Malvinas, influida en parte por su interacción con grandes remolinos”, agrega Saraceno. La importancia de detectar este fenómeno es central, no solo por la actividad pesquera (la Corriente Malvinas transporta una gran variedad de nutrientes que llegan a la capa fótica) sino porque es la propia corriente quien contribuye a regular el cambio climático, ya sea por su acción de absorber el dióxido de carbono como también por transportar esa misma agua fría a latitudes con mayor temperatura.

El segundo resultado que destaca Saraceno está ubicado dentro de la plataforma continental. Allí, donde la profundidad del mar no supera los 200 metros, se descubrió la relación proporcional entre el viento y la intensidad del transporte, es decir, la cantidad de agua que fluye del sur al norte. “Cuanto más intenso sea el viento, más agua será transportada en esa dirección”, explica el investigador.

Un fenómeno similar, cuenta, sucede a la inversa: cuando el viento cambia a la dirección opuesta, hay un apilamiento de agua que se traslada al sureste. Y esa consecuencia modifica parte de la biología que hay en el Mar Argentino.

“Ninguno de estos fenómenos se conocía antes de subirnos al barco”, completa.

Un mar de posibilidades

Para Saraceno, no hay dudas: el trabajo que cumplió Ubatec fue fundamental. Es que la empresa de base tecnológica de la UBA fue la encargada de administrar los fondos que fueron aportados desde el exterior. “Es lo que nos permitió planificar toda la expedición, porque sin esos recursos ni la administración de los mismos, era prácticamente imposible programar un proyecto de más de cuatro años”, expone el investigador del Conicet.

Pero la conexión con Francia no quedó limitada a los fondos y a los dos containers de equipos tecnológicos que llegaron para la misión marítima. Varios becados y becadas de la UBA completaron sus estudios en el país europeo y viceversa: estudiantas y estudiantes franceses llegaron al país para acompañar al proyecto Cassis/Malvinas.

La vinculación tecnológica fue tal que, tras la expedición, las y los científicos argentinos lograron diseñar uno de los instrumentos que les habían prestado de Francia. “Nos pasaron planos y algunas piezas que no se elaboran acá: con eso pudimos armar toda la estructura y usar algo propio que antes sí o sí teníamos que importar”, completa Saraceno.

Al fin de la entrevista, Saraceno explica que todos los datos relevados y los descubrimientos del proyecto Cassis/Malvinas quedaron alojados en bases abiertas para todo el mundo. Esto abre un mar de posibilidades para nuevos estudios sobre el Mar Austral, en especial, en lo relativo al cambio climático y el manejo de recursos naturales.

“Son muchas las cosas que desconocemos y las preguntas que tenemos sobre las cosas que realmente sabemos. Y eso es un lindo desafío”, dice, a modo de cierre.

Tiene razón. Es un lindo desafío.


¿Sabías que…

Gran parte de las y los científicos que participaron del proyecto Cassis/Malvinas estudian e investigan en uno de los edificios más modernos de América latina. Se trata de Cero+Infinito, el nuevo pabellón inteligente de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, que alberga a más de 3000 estudiantes e investigadores, por día, en Ciudad Universitaria.

Diseñado por el destacado arquitecto Rafael Viñoly, este edificio cuenta con 8.500 metros cuadrados, destinados a aulas, oficinas y salas de uso múltiple. Una característica sobresaliente del nuevo espacio es su condición sustentable: con luz natural en todos los ambientes, posee un techo verde y un sistema de climatización termodinámica para un uso racional de energía.

La obra se licitó en 2015 y su inaguración en 2021 marca la culminación de un proceso emblemático: Cero + Infinito es un claro ejemplo de lo que se puede lograr cuando hay continuidad en apoyo a la ciencia.

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